La felicidad en el trabajo también depende de los empleados, no sólo de las empresas

Ser feliz, qué gran meta, ¿eh? En algún que otro artículo me explayaba sobre este fin común de todo ser humano. Desde tiempos remotos, siempre ha imperado en nosotros la búsqueda constante de la felicidad. Muchos coinciden en afirmar que la época más feliz es la infancia, pues no tenemos miedo de soñar y nos equipamos de la valentía suficiente para disfrutar en cada momento. Y, de repente… ¡plaf! Creces, maduras, encuentras un trabajo, y todo lo que soñaste un día se desmorona porque dices ser “realista”. Cambias todas tus aspiraciones por la estabilidad que reporta un sueldo fijo con el que subsistir a los quehaceres diarios.

Y claro, parece que ser feliz es imposible. Sobre todo pensando que la mayor parte de tu día la ocupa el trabajo. ¡Qué fácil sería no tener obligaciones y vivir! Pero es pensar en que mañana tienes que volver a la oficina y ver la cara a tu jefe y todo ideal de felicidad se evapora. Y en este punto es cuando aparezco, una vez más, animándote a apostar por ser feliz con lo que haces. Plantarte y analizar… ¿estoy aprovechando mi vida? ¿Disfruto con mi trabajo, con mi familia, con mis amigos? Y si la respuesta es “no”, ya estás tardando en cambiar de ruta.

Volviendo al tema del trabajo, no te extrañes si últimamente lees mucho acerca del enjoy working. Y es que no sólo nosotros queremos que apuestes por este paradigma, sino que hay estudios que confirman, como el del IOpener Institute de Oxford, que los trabajadores felices tienen mayor porcentaje de energía, se sienten más vinculados a la empresa y permanecen más tiempo en sus tareas. Y de esto no sólo nos hemos dado cuenta algunos frikis que apostamos y creemos en esto, sino que cada vez son más las corporaciones que se preocupan por medir el grado de felicidad de sus empleados.

Pensándolo bien, si a nosotros nos cuesta cambiar el chip y creer que podemos ser felices en nuestro trabajo, me imagino cómo les costará a las empresas implantar nuevos modelos para tener equipos satisfechos. Ciertamente cambiar de hábitos de forma radical siempre es una ardua tarea. Pero es cierto que se empiezan a ver esfuerzos.

Para medir el grado de satisfacción de una corporación basta con evaluar, por un lado, el optimismo, y por otro, el grado de estrés. Una vez hecho este primer rastreo, basta con apostar por sesiones de trabajo en aspectos como la inteligencia emocional y el autoconocimiento.

Muchos pensarán que hay jefes y directivos que sólo miran por sí mismos, y que será imposible que algún día lleguen a preocuparse por la felicidad de sus trabajadores. Y sí, es una realidad que este tipo de personas existen.

Belén Varela, profesora en la Universidad de La Coruña, afirma que las empresas “no son conscientes del impacto que tienen sus políticas, sus prácticas o sus estilos de dirección en el ambiente laboral”. Pero, al fin y al cabo, un trabajador feliz reporta muchos más beneficios para la empresa. Varela sostiene que “el optimismo es una actitud con la que una persona es capaz de establecerse metas desafiantes y mantener la determinación de alcanzarlas. Se refleja, por tanto, en conductas como la perseverancia, la vitalidad, la creatividad y una constante orientación al logro”.

Por poner un ejemplo, la empresa Cyberclick Group, ha sido galardonada en 2014 como la mejor empresa para trabajar en España, y una de sus claves es la siguiente: valorar el ímpetu, el empeño y los valores del trabajador por encima de su currículum. Como ves, es real. Y muchas empresas apuestan por esto. De hecho, se está implantando un nuevo modelo de trabajo, sin horarios rígidos, sino flexibles, en los que el verdadero objetivo es llegar a una meta, no cumplir un horario.

Pero, además de los esfuerzos de las compañías por ofrecer espacios de trabajo donde nos sintamos realizados, es importante hacer nuestra parte: crear un clima propenso para trabajar. Desde ser un buen líder (en vez de un buen jefe), hasta ser el mejor empleado, el mejor compañero y el más optimista.

La siguiente pirámide es conocida como pirámide de Maslow. En ella se refleja una jerarquía de las necesidades del ser humano aportada por la teoría de su fundador, Abraham Maslow. Pues bien, adaptándola al mundo empresarial, podríamos concluir que en la base (fisiología) residen las obligaciones económicas. Y, como afirma Rafael Peiró, gerente de Créetelo, “cuando las corporaciones hacen frente cada mes a esta necesidad no atienden otras que están en lo alto de la pirámide: las de reconocimiento, apoyo y motivación de la plantilla”.


Y esto se convierte en uno de los obstáculos principales a la hora de preocuparse por los equipos y lograr un buen ambiente en el trabajo. Aquí reside el “problema” del jefe y de ese compañero al que no soportas. Y, de nuevo, se derrumba todo ímpetu por lograr un día a día feliz con lo que haces. Pero, amigo, nadie dijo que fuera fácil, así que haz lo que esté en tu mano: por ahora, cambia el chip, pon buena cara, y verás cómo obtienes resultados. Después de todo y como bien decíamos, de nosotros también depende contribuir a crear un buen clima que contribuya a lograr la felicidad en el trabajo (además de los esfuerzos que haga la empresa en este sentido).

Lucía FernándezAcerca de Lucía Fernández

Madrileña, graduada en Periodismo y Comunicación Integral por la Universidad Francisco de Vitoria. Empezó a rodar en los medios digitales de su universidad (reportera, locutora de radio y redactora), siguió su formación en Canal+ Liga y en departamentos de marketing, y ahora trabaja como community manager para una importante empresa de consultoría. Apasionada del periodismo como herramienta para dar voz a los que no la tienen.