El concepto de Mínimo Producto Viable (MVP), ampliamente difundido en el entorno de las startups, hace referencia a lanzar una versión básica de un producto al mercado para evaluar su aceptación antes de realizar una inversión completa en su desarrollo. Sin embargo, hoy es igualmente relevante considerar un principio paralelo: la Mínima Experiencia Viable (MEV).
Este concepto sugiere que, al igual que se valida un producto, también debe garantizarse una experiencia mínima satisfactoria para el cliente desde el primer contacto. Ya no es suficiente con ofrecer un producto funcional; los clientes y consumidores esperan, como mínimo, una experiencia coherente, confiable y alineada con el valor que están pagando.
En comparación con años anteriores, la experiencia del cliente ha dejado de ser un elemento diferenciador opcional para convertirse en un requisito esencial. Los clientes no comparan únicamente entre competidores directos, sino entre todas las marcas con las que interactúan, incluyendo aquellas que ofrecen experiencias extraordinarias y consistentes.
Esto plantea una serie de preguntas fundamentales para cualquier empresa:
- ¿Se están cumpliendo las promesas de entrega en tiempo y forma?
- ¿Se mantienen los estándares mínimos de calidad esperados por el cliente?
- ¿Existe un proceso de posventa confiable y profesional?
- ¿Se han controlado todos los puntos de contacto con el cliente para ofrecer una experiencia coherente?
El estándar actual ya no se limita al producto en sí, sino a todo lo que lo rodea. Una empresa que aspire a mantenerse competitiva debe asegurar esa Mínima Experiencia Viable como base de su propuesta de valor. No se trata de exceder expectativas desde el inicio, sino de por lo menos no fallar en lo esencial; de construir confianza desde lo básico, y desde allí, crecer.